domingo, 18 de enero de 2009

La chica del café


Se subió a un tren un lunes por la mañana, hacia un frio que calaba los huesos. Iba sin billete ni destino, lo cierto es que no sabía ni porque lo hacía. Solo quería dejar atrás recuerdos que no quería recordar, gente a la que nunca quiso conocer. Sin rumbo fijo recorre los vagones sin encontrar un solo sitio vacio. Aquella mañana, desapareció sin decir adiós, sin más que lo puesto. Un bolso con un pintalabios, una entrada de cine usada, unas monedas sueltas y un pañuelo lleno de lágrimas.

Y todos se preguntan porque, que había ocurrido con la chica del café, si parecía tan feliz cuando servía el té con aquella sonrisa iluminando su cara. Dicen que bajó en una estación ya de madrugada, con hambre y casi sin voz y esperó sentada en el andén hasta que amaneció y que a otro tren subió desencajada, con la mirada perdida hacia la nada, pálida de frio sin volver la vista atrás.

Cuentan que tropezó con su bolso y que la gente miraba pero no hacía nada, que se levantó como pudo, dolida, que su rodilla sangraba. Dicen que algunos reían mientras secaba su herida con su pañuelo lleno de sudor de sangre y de lágrimas.

Y nadie nunca le preguntó porque sus ojos brillaban los lunes por la mañana, pensaban que era de poco dormir, de la juerga y el humo del fin de semana.

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